Artherencia, 8b en la Pedriza

La escalada de adherencia es la seña de identidad de la Pedriza. He dedicado el invierno a escalar Artherencia (8b), probablemente una de las mejores vías en este estilo tan único como alpino.


Adherencia Pedricera: el paraíso de los «tumbaos»

Todo Guadarramista que se precie sabe que La Pedriza es un lugar único en el mundo. Es fácil enamorarse de su carácter laberíntico, sus infinitas figuras de animales, caras, objetos y siluetas; sus rincones, su silencio o ese microclima distinto al de las montañas de su alrededor. También por la paleta de colores en la roca y la vegetación o la cristalina luz de la sierra. Este sitio contiene la esencia de Guadarrama de una manera pura y especial.

La Pedriza Posterior desde Quebrantaherraduras.

Además, es una de las mayores escuelas de escalada en un país que es referencia mundial en este deporte. Las vías, bloques e itinerarios se cuentan por miles y hay para todos los niveles y de todos los estilos. La Pedriza tiene siglos de historia repletos de hitos deportivos y es cuna de grandes alpinistas. Pero es única por otra razón. No existe en todo el planeta otro batolito granítico tan idóneo para el desarrollo de un estilo muy concreto: la escalada de adherencia.

Encadenando Match Point un día de condiciones perfectas.

La adherencia es escalada de placas tumbadas. La roca no llega a ser vertical pero tiene los mínimos agarres. Se basa en que las fuerzas de resistencia causadas por la fricción de pies y manos superen en todo momento las de tracción del peso de nuestro cuerpo empujado por la gravedad. Siendo los agarres de dedos casi inexistentes, todo se reduce a pisar con fuerza y precisión.
Hasta en los grados más suaves se aprende a invocar a la llamada “fe pedricera”. Cuando nuestras sensaciones nos indican que nos vamos a caer y no hay lógica posible que explique nuestra sustentación, este bloqueo de los pensamientos es en realidad un remedio para nuestro autoengaño: si desconfías, no aplicas peso y en consecuencia caes. Pero si confías, pisas más fuerte y la fricción sigue ganando. Es física, pero la sensación es de magia.
Así que progresas a base de fuerza mental, técnica y cabezonería, lidiando en ocasiones con caídas potenciales serias y con la búsqueda de las condiciones idóneas: cielo nublado, entre 0º y 5ºC de temperatura, sin humedad y sin viento (a veces el viento ayuda a secar la roca, aunque es un factor de desequilibrio).

La escalada de adherencia es un estilo de gran precisión en el que la técnica de pies cobra un peso importantísimo (nunca mejor dicho).

La mejor vía de la Pedriza

Hace 4 años que comencé a hacer escalada deportiva de manera habitual. Tras ir enamorándome progresivamente de ella, la búsqueda de mayor dificultad se fue abriendo camino, como es natural en este deporte. Eso me llevó a encadenar el año pasado mi primer octavo aquí: Matchpoint (8a) en el sector Tora Bora. Le agradezco esta progresión a Liz Lemoine, que es la mejor escaladora que he conocido y la mejor maestra que pude tener.

Liz encadenando Match Point (8a) en 2020.

El 30 de noviembre probé por primera vez Artherencia, en el risco de El Hueso. Es una de las vías más bellas y espectaculares de La Pedri. Me gustó tanto, que sin querer he dedicado casi todo el invierno a intentar subir en libre hasta la reunión.

En el risco de El Hueso se encuentra el arco granítico más largo de Europa. Forma parte de este estrato rocoso la placa en la que se encuentra Artherencia, junto a un puñado de vías de máxima calidad entre las que se encuentra la joya de la corona, la más dura en este estilo encadenada hasta el momento a cargo de Ignacio Mulero: Territorio Comanche (8c+).

La línea se la debemos a dos leyendas vivas de la escalada pedricera: Josechu Jimeno y Rafa Fanega. Más tarde, Juanma León, Javichu Serrano y Luis Santamaría terminaron de equiparla desde arriba. No fue hasta 2009 cuando Aitor Bárez se hizo con la primera ascensión de este monstruo de 30 metros y 15 cintas, proponiendo 8b+. Aún hoy no se ha alcanzado un consenso sobre el grado de dificultad, habiendo disparidad entre este y el 8a+.

La imponente vista desde la ladera de enfrente. Fotografía de Jaime Merino.

Y no es de extrañar, es tan larga y mantenida que es difícil de comparar con otras. No tiene ningún bloque extremadamente duro como las de grado más “concentrado”, pero no da un respiro en 25 metros, hasta llegar al único reposo propiamente dicho: el trono de Artherencia.

De perfil es posible hacerse a la idea de la continuidad de esta ruta. Ni un reposo en 25 metros. Mario (Kroku) en acción.

A la dificultad técnica y al factor físico se le suman una serie de elementos que reducen las posibilidades de éxito: se trata de una chorrera negra que se calienta antes que ninguna, al más mínimo rayo de sol. Su orientación sur y la inclinación de la pared garantizan la máxima insolación. Además, tenemos más de una hora de aproximación hasta la base del muro, que es un balcón en el que se encauzan y aceleran los vientos que pasan por el collado de La Dehesilla.
Puede que este sea el estilo de escalada deportiva más alpino, en el que lo físico pasa a un plano mucho menos importante que la técnica, la planificación, la preparación, el estudio y el factor psicológico. Por eso me gusta tanto.

Aitor, primer ascensionista de Artherencia y otras tantas de las más duras, trabajando en Territorio Comanche (8c+).

Un proceso intenso y apasionante

Personalmente, dividí la vía en dos mitades. En la primera se concentra la dificultad, aumentando progresivamente hasta el último paso. Podría equivaler a un 8a / 8a+ si existiese reunión en la chapa 7.

La primera mitad de la vía va ganando inclinación y perdiendo agarres. En la foto, asegurando a Angelete Morente.

La segunda está ligeramente más tumbada y da más canto. Sigue mantenida hasta el trono y aunque se hace eterna, es increíblemente bonita. Este tramo podría equivaler a un 7b.

Iris Gutiérrez en la interminable segunda parte de Artherencia. Quien no necesite muchos pegues a esta vía, deberá tener destreza escalando a vista.

Hay muchos métodos posibles para resolver las secciones de dificultad. Yo me trabajé el mío y lo terminé memorizando hasta aprenderme íntegramente cada sucesión de movimientos desde el suelo a la cadena. No soy muy técnico ni tampoco muy fuerte, pero tengo determinación y tolerancia a la frustración. Desde el principio utilicé el factor psicológico como principal aliado.

Juan Alonso Mancera probando por primera vez el paso clave. No fue el único amigo al que pude ofrecer un flasheo integral.

No sabía que me llevaría unos 60 pegues, pero tampoco me imaginaba que el proceso iba a ser tan bonito. Siempre he tenido una compañía inmejorable, entre mi hermano Alberto, mi perro Kenobi, que no ha faltado ni un día y varias decenas de amigas y amigos a los que he conocido mucho más a fondo gracias a los momentos compartidos en este risco.

Tuvimos de todo, incluso nevadas de cierta intensidad. Un día en el que la pared se quedó mojada, Ignacio Mulero y yo decidimos juguetear en el arco. Fue un día divertidísimo.

Debo hacer una mención especial a los Mercenarios del Hueso, los que comenzaron a librar las batallas más duras bajo las inclemencias de la nieve, la lluvia y el sol: Mario, Angelete y Aitor.

Aitor y Mario asediando el muro con el sol rasante de diciembre.

Teníamos hasta un grupo de whatsapp para mandarnos partes meteorológicos y organizar «ataques suicidas».

Se nos echó la noche la mayor parte de los días. Nos ha nevado, llovido e incluso hemos llegado a esperar a que la chorrera entera se secara después de encontrarla convertida en riachuelo.

Más tarde se uniría Iris, con quien compartí mis mejores pegues arañando las últimas condiciones invernales. Llegué a caerme en la cinta 11, sin motivo alguno, porque sí, inexplicablemente y sin identificar el error. La Pedriza es así. Aunque parezca un pegue perfecto, de repente, te caes.

Iris Gutiérrez tiene un talento especial para sacar lo mejor de ti cuando lo necesitas. Fue la mejor “coach” que podría haber tenido en los días en los que tenía a punto la victoria y volvía a fallar. Su fortaleza física y mental la hacen imparable, no es de extrañar que en tan sólo 2 temporadas aquí ya haya alcanzado el 8b.

La magia del encadene

El final de esta historia se lo debo a Alberto. Viendo que la llegada del calor primaveral era inminente, conseguí convencerle para subir a dormir a pie de vía y darle un intento al amanecer. Una única oportunidad antes de que saliese el sol y se esfumaran las condiciones.
Pasamos una noche de viento huracanado que no nos esperábamos. La Pedriza nos hizo pasar la prueba de fuego, como la última pantalla de un videojuego muy difícil. Nos azotaban rachas de viento repentinas de casi 100 km/h que hacían que lloviera metralla de piedrecitas, tierra, palos y hasta una rama que voló desde algún árbol lejano. Nos planteamos dormir con el casco puesto, era una auténtica locura.

Una aventura al más puro «estilo RECmountain”. Soledad, fotos nocturnas y condiciones exigentes.

A las 7:00 nos despertamos y subí con mi rutina de marcar y cepillar la vía en el pegue de calentamiento. El sol ya iluminaba una tercera parte de la vía, así que tras 5 minutos de descanso, comencé a dar un pegue decidido.

En la primera complicación, el pie lateral de la chapa 5. Ángel Alloza me dió la clave para no volver a fallar en este punto que tanto se me atragantaba. Era un gesto sutil, pero aquí cada detalle cuenta.

Por el frío y mi estado natural de nervios, subí temblando, casi más que como de costumbre. Hay un primer paso conflictivo en el que me había caído innumerables veces. Un lateral izquierdo que se pisa con el juanete mientras pinzas con la mano un cristal microscópico que es más bien un dibujo en la roca. Al montarme sobre el pie, se me cerilló la mano izquierda. Los ánimos de mi hermano me sustentaron mágicamente. Recoloqué la mano y terminé el movimiento. Sin darme cuenta, por mi estado de concentración, fui llegando, no sin esfuerzo, al canto lateral que me indicaba que había pasado lo duro. En ese instante un segundo desequilibrio puso en suspense el intento. Me estaba cayendo. Pero esto ya me pasó días antes, me pasó y aprendí a descaerme. Y así lo recordó mi cuerpo, pese a que mi mente aún sigue sin entenderlo. Iba con el cuchillo entre los dientes. Tras asentar los pies a la altura de la octava cinta, liberé mi tensión con un grito y una inspiración profunda. Reinicié mi mente.
“Puedes hacerlo Álvaro. Disfruta. Disfruta de esto”.
Poco a poco fui repitiendo con precisión quirúrgica todos los pasos que ya me sabía de memoria. Toda la atención en el movimiento presente. Ni en el siguiente, ni en el anterior. Quizás esto lo tengo bien entrenado de tantos descensos de esquí de dificultad con mi padre y mi hermano.

Cruzando pies en la chapa 11, lugar en el que inexplicablemente caí el último día.

Continué ejecutando acciones como un robot, desconectado de mis emociones y con máxima concentración. Una vez pisé el trono con los dos pies, reconecté. Entonces me di cuenta de que mi estado de nervios había ido desapareciendo. Por eso estaba ahí arriba. Me quité la sudadera y solté brazos. En 1 minuto estaba nuevo. Me sentía seguro, sólido. Las últimas 3 cintas las disfruté tanto que mi felicidad no me dejaba distraerme con nada externo. Había proyectado tantas veces este momento, que es como si ya lo hubiera vivido antes. Saboreé cada movimiento. Y con la mitad de la vía al sol, pero aun fría, chapé la reunión.
Eran las 8:45. El resto del día nos lo pasamos perdidos por los rincones del Laberinto de la Pedriza Posterior, disfrutando del placer de simplemente, estar ahí. Fue la guinda del pastel. Ahora entendía la razón de mi caída en la cinta 11 días atrás… de alguna manera, tenía que vivir esta experiencia inolvidable.

El Torro.

Texto e imágenes: equipo RECmountain

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ADVERTENCIA: Las actividades aquí descritas entrañan riesgos y están realizadas por especialistas y técnicos expertos. Advertimos de la necesidad de practicarlas con la prudencia y experiencia necesarias, con la técnica y el material adecuados y acompañados de guías o monitores profesionales.

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